Por Miguel Ángeles Arroyo 

Este 5 de febrero la Plaza de Toros México cumplió 78 años de su inauguración y, más allá de hablar a favor o en contra de las corridas de toros, me gustaría resaltar el valor arquitectónico de este monumento de la Ciudad de México.

Todo comenzó con el empresario yucateco de origen libanés Neguib Simón, quien visualizó la “Ciudad de los Deportes” y fue adquiriendo poco a poco terreno del antiguo rancho de San Carlos. Dicho desarrollo contaría con canchas de tenis y frontón, arena de box, albercas, boliches, cines, restaurantes, plaza de toros y estadio de fútbol, aunque solo estos dos últimos fueron construidos, y abarcaría las colonias Noche Buena, San José Insurgentes, Ciudad de los Deportes, Nápoles, Narvarte, San Pedro de los Pinos y Del Valle. Éste resultó ser un sueño demasiado ambicioso y el empresario quedó en la ruina solo con la inversión en la plaza de toros y el estadio.

El 28 de abril de 1944, el Regente de la Ciudad de México, Javier Rojo Gómez, puso la primera piedra. El encargado del diseño y construcción de la Monumental Plaza de Toros fue el ingeniero civil mexicano Modesto C. Rolland.

Una peculiaridad de este recinto en forma de embudo es que se encuentra hundido 20 metros y 15.9 metros de construcción a partir del nivel del suelo, que es lo que podemos ver al pasar sobre Eje 6. Con una capacidad de albergar a 41,262 personas sentadas, es la plaza de toros más grande de todo el mundo y para los taurinos una de las dos plazas más importantes a nivel mundial.

Previo a verter el cemento, 3,500 carpinteros construyeron un complicado armazón con 56 millones de piezas de madera que sirvió de molde. Esto es un ejemplo del reto que tenía el ingeniero Rolland. En el documental Hazaña monumental. La Ciudad de los Deportes, que pueden encontrar en internet, nos muestra cómo los trabajadores daban forma a esta colosal obra monolítica de concreto premezclado.

En México no había precedentes de un coso deportivo de esta magnitud, por lo que las dudas de las autoridades capitalinas no se hicieron esperar: temían que la magna estructura no aguantara el peso de la gradería ocupada. Así que la empresa constructora se dio a la tarea de realizar una prueba práctica, que constó en colocar 120 mil sacos de arena, de 50 kilos cada uno, sobre los asientos; los mil hombres involucrados en esta tarea pusieron 750 kilos por cada metro cuadrado de superficie y éstos se quedaron durante 10 días para demostrar que la estructura soportaría a todos los espectadores que asistieron a la corrida inaugural, misma que había creado especial expectativa por su atractivo cartel.

La Monumental Plaza México abrió sus puertas el 5 de febrero de 1946, con un lleno total y dejando a muchas personas sin poder entrar a atestiguar el inicio de la época de oro para los taurinos de México.

En el perímetro exterior a la plaza se pueden ver a 24 toreros esculpidos por el artista plástico Alfredo Just Gimeno; así mismo, en la entrada principal, sobre el marco de la esplendorosa puerta, se puede apreciar una figura de 14 metros de longitud que reproduce el andar de los toros del campo hacia el ruedo, esta pieza se titula El encierro. En sus pasillos podemos encontrar 10 piezas escultóricas más, entre las que destacan la de Mario Moreno “Cantinflas”.

Actualmente, el “coloso de Insurgentes” es propiedad del empresario Antonio Cosío Ariño, quien heredó la plaza y el Estadio Azul de su padre, el cual le había comprado los inmuebles a Neguib Simón tras su bancarrota. El recinto funciona a través de una administración privada, Tauro Plaza México, del empresario Alberto Bailléres González. Al ser un inmueble privado, ha sido muy complicado y caro evitar el deterioro de la edificación; sin embargo, ha resistido temblores e inundaciones.

Más allá de que estemos a favor o en contra de las corridas, podríamos pensar en la Monumental Plaza de Toros como parte del acervo artístico, obra arquitectónica característica de nuestro país. *NI*

Por Nueva Imagen de Hidalgo

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