Por José Antonio Trejo Rodríguez.

1. Quería conocer a una muchacha que trabajaba en un salón de belleza, así se le llamaba en los años 70 a las estéticas, por lo que ideó una estrategia para acercársele. Lo más sencillo era ir a arreglarse el cabello, pensó y en consecuencia actuó; la mala fortuna le jugó una pasada y le tocó ser atendido por otra de las estilistas; pero se dio cuenta que la chica de sus sueños era la encargada de realizar los permanentes, ese proceso en el que el cabello se vuelve rizado y que en esa época de los años 70 estuvo de moda entre mujeres y hombres por igual. Así que no le quedó otra que aguantar y aguardar a que pasaran otras semanas para que le creciera el cabello y hacerse a la idea de lucir la melena ensortijada.

Su plan funcionó a las mil maravillas. Llegó al salón de belleza, aguardó pacientemente su turno, lo atendió la muchacha a la que quería conocer y platicó con ella felizmente durante las 3 o 4 horas que duraba el proceso de enrizado del cabello. Caía la tarde cuando salió del salón de belleza con una imagen renovada, atrás quedaba su cabello lacio, ahora lucía una melena al estilo afro, como se le conocía.

Alentado por su éxito, decidió llegar a su casa y darse un regaderazo, haciendo caso omiso a la insistente recomendación de su estilista, deshaciendo los rulos; pero creando la necesidad de regresar al salón y reiniciar el tardado proceso del permanente, con el consecuente pago del servicio, por supuesto. A los pocos días volvió al salón de belleza, fue atendido con sorpresa y entre risas explicó que había olvidado las recomendaciones de no lavar la melena ensortijada y después de pasar por los tubos y la secadora, volvió a salir con chinos y con una cita con la chica de sus sueños que, a los pocos meses, se convertiría en su esposa.

2.  Había ingresado a trabajar en una prestigiada empresa y con su primer sueldo decidió efectuar un cambio en su imagen, atrás quedaban los días de pantalones y camisas vaqueras, ahora, sus responsabilidades le obligaban a utilizar el uniforme institucional de saco y corbata y creyó que no le vendría mal un nuevo arreglo en su lacia melena. Al salir de trabajar acudió al salón de belleza para que le hicieran un permanente, muy contento regresó a su hogar y se dio cuenta que al cruzarse con sus vecinos y amistades no lo reconocían con facilidad, no le saludaban en la calle a primera vista como ocurría a diario, pero una vez que se percataron que se trataba del “Inge” como le decían amistosamente, las bromas juveniles no se hicieron esperar.

Al día siguiente llegó a su trabajo y sucedió lo mismo que en las calles de su vecindario, sus compañeros no le reconocían. Lo peor estaba por venir, el supervisor, su jefe directo, le mandó llamar a la oficina; solícito reunió sus bitácoras y se dirigió a atender el llamado de su superior, quien, con tranquilidad, le explicó que la empresa era muy seria y que quien laboraba allí debía también serlo, por lo que un ejecutivo, por jovencito que fuera, no podía llevar las modas juveniles al plano laboral. El inge lo entendió y al salir de trabajar se dirigió a otro salón de belleza, por pena no fue a donde le habían realizado el permanente; pero se encontró a una vecina quien, haciendo alarde de conocimiento, le aconsejó deshacer los rizos de manera casera, ahorrándose una buena cantidad de dinero.

Confiado se fue a comprar los productos recomendados por su vecina y llegó a su casa para poner manos a la obra. La impericia en el tema le acarreó que su cabello se estropeara; ya no tenía rizos, pero su pelo estaba quemado. No le quedó más remedio que irse a la peluquería a raparse. Al día siguiente su jefe lo vio y le comentó que no era necesario llegar a extremos, que bastaba con haber solicitado el servicio en el salón de belleza; obviamente no le platicó su desgracia y al salir de trabajar pasó a comprar una peluca para que en el vecindario no le hicieran burla. De poco le sirvió, al caminar la peluca se movía y llamaba la atención, sus amigos y vecinos lo reconocieron y de llamarlo “chino” un día antes, a partir de ese momento le comenzaron a gritar: ¡Apaguen ese foco!

3. Sus compañeros de trabajo le urgían que ya tramitara su título profesional, a sabiendas que hacía varios meses que había acreditado todas sus materias, incluida su tesis y hasta su servicio social. Desidioso, le decían unos; otros le ofrecían apoyo económico para pagar los derechos por la expedición del valioso documento y otros más el permiso para salir a realizar los trámites. Él solo decía que sí, que ya iba a tramitar el título y la cédula profesional, pero pasaban los días y no se animaba.

El arreglo personal que su trabajo demandaba hacía que portara el cabello corto. Su rizada cabellera que unos años atrás fuese larga melena se iba escondiendo tras el corto cabello que ya portaba. Hasta que la confianza permitió a uno de sus compañeros hacerle ver que cada día llegaba menos chino. Él se hizo el desentendido y nada comentó. La evidente pérdida de sus rizos volvió común los comentarios en el trabajo, hasta que, por fin, entre risas aceptó que se hacía permanente desde su adolescencia y que esperaba recuperar su natural cabello lacio para tomarse la foto de su título profesional.

No paraba de reír uno de sus compañeros de trabajo, bastante bromista, por cierto, pues habían sido condiscípulos en la universidad, al escuchar que durante 4 años había creído que tenía el cabello chino y resultaba que no era así. Lo más chistoso fue cuando explicó que desde su etapa universitaria había decidido terminar con la costumbre de hacerse el permanente, pero no quería vivir el cotorreo que sus amigos universitarios seguramente le armarían, así que decidió terminar sus estudios y aguardar a que su cabello se alisara para tomarse la foto del título, al cabo que ya no vería a nadie de sus compañeros y en el trabajo al que entraría nadie lo conocería, lo malo fue que en su nuevo trabajo se encontró al más cábula de sus excompañeros universitarios y no le quedó otra que apechugar y resignarse, con una sonrisa de oreja a oreja, a que el resto de sus condiscípulos también se enteraran y rieran de la historia de sus falsos chinos. *NI*

Por Nueva Imagen de Hidalgo

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