Por José Antonio Trejo Rodríguez.

“Buenas tardes” saludé al señor que atendía con diligencia la tienda de regalos ubicada en el barrio de Polanco. Me respondió con una seña de que lo esperara tantito; no había problema, el poco tiempo que llevaba trabajando por las tardes y los fines de semana para la distribuidora regiomontana especializada en artículos para regalos, contenedores de estos y tarjetas para toda ocasión, me había enseñado que hay que ser pacientes, pues nuestros clientes viven de sus propios clientes y eso es lo que permite ganar un dinerito para llevar a casa.

El señor atendía a un hombre trajeado que le entregó una caja y un par de tarjetas de presentación de la persona que obsequiaría el regalo. El hombre le explicó que regresaría más tarde a recogerlo y que su jefe le encargaba que se vieran magníficos. El señor de la tienda sacó un par de bases de triplay, también los regalos: se trataba de dos bellísimos rebozos de Santa María del Río ubicada en San Luis Potosí, que el director general del ISSSTE obsequiaría a dos de sus amigas, políticas ellas de toda la vida. Incluso una famosa canción ranchera hace alusión a la bien ganada fama del lugar “Rebozo, rebozo de Santa María…”

El amigo de la tienda echó un ojo y con velocidad los presentó sobre las bases, las forró con un fino papel que contrastaba, pero no opacaba, el color de los finos rebozos, antes los hacía resaltar: uno verde seco y el otro plateado; y pidió mi opinión: “Tú que te dedicas a la venta de regalos puedes decirme cómo los ves”. Acto seguido colocó una pequeña armazón sobre las bases de madera “Para que caigan como en cascada”, explicó. Con habilidad los puso en la base, con cuidado para no arrugarlos y prosiguió al emplayado, que es como se conoce a la técnica de cubrirlos con un plástico y estirarlo con la ayuda de una secadora; previamente colocó las tarjetas de presentación que así decían: “Con los atentos saludos de Gonzalo Martínez Corbalá”.

“Oye”, le dije, “Ese señor es muy conocido y respetado”. Respondió afirmativamente. Recordé que había sido gobernador interino de San Luis Potosí tras la elección fallida de Fausto Zapata y las protestas del Frente Cívico Potosino encabezado por el admiradísimo doctor Salvador Nava. Además, dijo el señor, había sido embajador de México en Chile cuando el golpe de Estado de Pinochet. Mi cabeza voló hasta 1973, recordando ese negro episodio de la historia.

Las imágenes en blanco y negro eran confusas y apenas unas pocas: entre humo y polvo lograba verse la sede del poder presidencial, militares fuertemente armados; mientras la voz cargada de emoción del reportero, no recuerdo de quién se trataba, narraba a la audiencia mexicana, a través de alguno de los pocos canales de televisión que había en México, el golpe de Estado que en ese momento ocurría en Santiago de Chile.

El reportero visiblemente nervioso comentaba que las fuerzas golpistas buscaban al presidente Salvador Allende, aquel popular político que había llegado al poder en 1970 tras tres esfuerzos infructuosos durante las elecciones de 1952, 1958 y 1964. De repente, el periodista informó que el presidente había fallecido, que se decía que se había suicidado y una terrible imagen comenzó a circular. Los adultos en casa guardaron un profundo silencio, siendo secundados por los chamacos; entonces tenía escasos 8 años.

¿Qué pasaría con Chile, con los chilenos, con la familia del presidente Allende? Parecíamos preguntarnos mientras azorados no quitábamos la vista del televisor Admiral parado en un gabinete de cuatro patas. La imagen afable del presidente Allende, con su cabello quebrado perfectamente peinado, gafas, bigote recortado, que un año atrás había visitado México, cambiaba por la del golpista: una persona de rostro severo, enfundada en un rígido uniforme militar, con bigotillo y gafas que le hacían ver más temido, se trataba de Augusto Pinochet.

En las noticias se decía que Gonzalo Martínez Corbalá, entonces embajador de México en Chile, por instrucciones del entonces presidente Echeverría, buscaba dar refugio a quienes comenzaban a ser perseguidos por el régimen militar; entre ellos a la familia del fallecido presidente Allende, quienes llegaron a nuestro país el 16 de septiembre de 1973.

En la ceremonia oficial celebrada el pasado domingo en la embajada mexicana en Santiago, conmemorando 50 años del fallecimiento de Salvador Allende, su hija, la senadora Isabel Allende, rememoró, con profunda emoción, el momento en el que ella y su familia, encabezada por su madre Hortencia Bussi, viajaron de la embajada mexicana al aeropuerto, rodeada de una enorme caravana de autos diplomáticos de las representaciones acreditadas en Santiago, preocupadas por su seguridad, para abordar el avión que les traería a México.

En la misma ceremonia, el presidente Gabriel Boric citó una parte memorable del discurso que el presidente Salvador Allende, dio en la Universidad de Guadalajara el 2 de diciembre de 1972 y que con gusto les comparto: “…yo sé que ustedes saben que no hay querella de generaciones: hay jóvenes viejos y viejos jóvenes, y en estos me ubico yo”.

Gonzalo, joven chileno, compañero universitario de la carrera de Economía en la UAM-I, además de coincidir en el salón de clases, también fuimos coequiperos en las pistas de atletismo y posteriormente compañeros en la prestación de servicio social en la desaparecida Secretaría de Programación y Presupuesto. Con la confianza que me daba el continuo trato le pregunté cómo llegó a México, me respondió que vivía en nuestro país desde pequeño y que incluso se sentía más mexicano que chileno. Agregó que él seguiría en nuestro país, aun y cuando el plebiscito de 1988 negó la continuación al régimen pinochetista hasta 1997. En diciembre de 1989 el pueblo chileno eligió a Patricio Aylwin como presidente de la República, llegando a su término la dictadura de Pinochet. *NI*

Por Nueva Imagen de Hidalgo

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