¿Confianza o conveniencia? La verdadera naturaleza del voto ciudadano.
Por Esteban Ángeles
El reciente artículo de Carlos Camacho, titulado “Desacreditan al Partido que los Llevó al Poder”, describe con puntualidad un fenómeno cada vez más frecuente en los municipios gobernados por Morena: el creciente descontento ciudadano hacia alcaldes que llegaron al poder impulsados por la marca del partido, pero que hoy gobiernan con soberbia, incompetencia o, simplemente, indiferencia ante las necesidades de la población.
Más allá del señalamiento legítimo a los malos gobiernos locales, es necesario ir al fondo del asunto y cuestionar: ¿el voto que llevó a esos funcionarios al poder fue realmente una expresión de confianza ciudadana? ¿O fue simplemente resultado de la conveniencia, la necesidad, la inercia política o incluso la cooptación?
En un sistema democrático sano, el voto debería reflejar una decisión informada y racional, basada en la evaluación de propuestas, trayectorias y compromisos. Pero la realidad mexicana —y especialmente en los últimos años— dista mucho de ese ideal.
El auge de Morena en numerosos municipios no se explica por la solidez de sus cuadros locales, sino por el efecto arrastre del liderazgo presidencial, el desencanto con los partidos tradicionales y, cada vez más, por la influencia de los programas sociales como instrumentos de control político.
Las pensiones para adultos mayores, las becas a jóvenes, los apoyos económicos a madres solteras y los programas como Jóvenes Construyendo el Futuro son, en el papel, políticas públicas orientadas a reducir desigualdades. Sin embargo, en la práctica se han convertido en mecanismos que generan dependencia clientelar y alineamiento electoral forzado, especialmente en regiones marginadas.
Lo más preocupante no es su existencia, sino su uso abiertamente electoral a través de una estructura informal del gobierno federal: los llamados Siervos de la Nación, operadores políticos con credencial oficial que recorren casas, comunidades y colonias, no para informar o educar políticamente, sino para sembrar la idea de que el beneficio social depende del partido en el poder.
Este fenómeno distorsiona completamente el sentido del voto. Cuando una madre soltera recibe un apoyo mensual y la promesa —implícita o explícita— de que este continuará solo si sigue gobernando Morena, ¿hasta qué punto puede hablarse de un voto libre?
Cuando un adulto mayor teme perder su pensión si vota por otro partido, ¿es eso confianza genuina o simple coacción emocional?
Cuando un joven con escasas oportunidades laborales es inscrito en un programa social sin futuro real, pero con un subsidio constante, ¿su gratitud lo convierte en ciudadano crítico o en votante cautivo?
El artículo menciona correctamente que hay alcaldes que, tras haber sido electos bajo el manto de Morena, ahora se han vuelto arrogantes e inaccesibles, olvidando a quienes los llevaron al poder. Esto no es un error de cálculo individual, sino un problema estructural del modelo clientelar con el que el partido gobierna.
Se elige por la marca, no por el perfil. Se gobierna desde la improvisación, no desde la preparación. Y se administra el poder no como una responsabilidad, sino como una recompensa.
El problema es doble: por un lado, partidos que no se esfuerzan en seleccionar a los mejores candidatos, sino que se conforman con operadores leales al grupo dominante; por el otro, una ciudadanía que no encuentra alternativas reales, atrapada entre la lealtad condicionada y la resignación ante la falta de opciones. El voto deja así de ser un acto de confianza y se convierte en un acto de supervivencia.
Las protestas que hoy se multiplican en municipios como Apan, Zapotlán, Tula o Actopan muestran un malestar legítimo, pero también una contradicción: se protesta contra gobiernos que fueron elegidos sin un verdadero escrutinio, sin exigencias previas, sin contratos sociales claros.
Sin duda, esta es una de las lecciones más importantes que debemos asumir como sociedad: el voto no es un cheque en blanco, pero tampoco puede seguir siendo un acto desinformado, condicionado o comprado.
Si queremos gobiernos mejores, empecemos por exigir más, por informarnos mejor, por organizarnos más allá del clientelismo, y por romper la lógica de que los apoyos sociales dependen del partido en el poder.
De lo contrario, seguiremos eligiendo por conveniencia y quejándonos por decepción. Y en esa espiral, la democracia no avanza; simplemente sobrevive. *NI*
