*Se está aplicando ya con muy buenos resultados, por ejemplo con la producción de chile en Doxey, municipio de Tlaxcoapan, y en el Estado de México con las plantas de ornato.

*Diez años de estudio requirió José Isabel Ortiz Aguilar, originario de Tezontepec, para determinar qué les hace bien a los sembradíos.

Por MARLENE GODÍNEZ PINEDA

La degradación del suelo en la comarca ha obligado a los productores agrícolas a reinventar sus métodos de cultivo, apostando por prácticas sustentables y el uso de abonos orgánicos que, según testimonios, han duplicado la producción sin comprometer la salud del suelo ni del medio ambiente.

“Tenemos que volver a ver el suelo con amor, porque ahí está la vida, no solo para nosotros, sino para todo lo que nos rodea: animalitos, aves, ganado. Todo lo que comemos viene del suelo”, afirmó el ingeniero José Isabel Ortiz Aguilar de Abonos Orgánicos de Hidalgo, originario de La Loma de Tezontepec, un productor que desde hace más de una década ha estudiado de manera autodidacta técnicas de regeneración del suelo.

Durante años, los campesinos fueron guiados por empresas e ingenieros que promovieron el uso de fertilizantes sintéticos. Aunque al principio estos insumos no mostraban consecuencias negativas, con el tiempo han dejado secuelas profundas. “Se ha ido acabando el suelo por el uso indiscriminado de abonos sintéticos, fungicidas e insecticidas. Matamos la fábula microbiana que tenía el suelo”, explica.

Uno de los problemas identificados es que los procesos químicos utilizados para sintetizar nutrientes como fósforo, calcio, potasio y hierro dejan remanentes que, con el tiempo, esterilizan el suelo. En contraste, los abonos orgánicos, elaborados con métodos artesanales y microorganismos de montaña, permiten que la planta asimile los nutrientes sin efectos secundarios, ni para el suelo ni para los seres humanos.

“No son caros ni difíciles. Lo único que requieren es trabajo”, aclara el ingeniero. Para él, el campesino no puede temer al trabajo: “es lo que más hacemos”. Según su experiencia, cualquier productor puede hacer sus propios abonos con los recursos disponibles: estiércol de vacas, gallinas, borregos, entre otros. “Con eso puede abonar perfectamente su hectárea sin usar un solo gramo de insumo químico.”

En cuanto a los resultados, destaca que hay un crecimiento visible desde la primera aplicación de los abonos orgánicos. “Desde el primer momento, las plantas empiezan a reflejar el cambio. Nuestros campos están muy flacos en nutrientes, por eso reaccionan rápido.”

La experiencia en campo respalda sus palabras. En cultivos como cempasúchil, rosales, nochebuenas, hortalizas como lechuga, col, brócoli, zanahoria, frijol y chile, los resultados han sido extraordinarios. “Un productor que cultivaba chile güero logró pasar de 500 a 1000 costales por hectárea en una sola temporada”, esto en Doxey, municipio de Tlaxcoapan.

No obstante, subraya que no basta con una sola aplicación. “Hay que meterle fuerte al campo. Si tienes tu parcela propia, puedes engordar tu suelo y llevarlo a producciones infinitas. Es fácil de hacer, aunque no sea rápido.”

Este cambio de paradigma agrícola abre una vía sostenible y económica para los productores rurales, quienes ven en la agricultura orgánica no solo una alternativa, sino una solución necesaria para garantizar la vida del suelo y la abundancia del campo.

Un enfoque regenerativo para el campo desde Tezontepec: experiencia e innovación sustentable

“Al principio uno podría pensar que es caro, pero no es un gasto, es una inversión”, afirma un productor al explicar el proceso agroecológico que ha venido desarrollando en Tezontepec. Este modelo ya se implementa en colaboración con comunidades de Ixmiquilpan, Actopan, Atitalaquia, Tula y San Gabriel. En cultivos como el chile güero, chile cola de rata y cascabel, se ha observado un notable incremento en la producción.

La base del método se centra en aprovechar recursos naturales desechados. Por ejemplo, se emplean microorganismos de montaña, ya sea recolectados del mantillo o extraídos del predio a trabajar. A estos se les adiciona suero de leche, melaza, y harinas (de trigo, arroz o maíz), generando una base fermentada. A la mezcla se le incorporan además levaduras caseras, como las presentes en la cerveza, el yogurt, el pulque o la piña fermentada. “Si a nosotros nos gusta ponernos alegres, ¿por qué no darles eso a nuestras plantas?”, comenta el ingeniero.

El tratamiento continúa con la integración de macerados de plantas acuáticas locales como la lentejuela o el lirio acuático, enriquecidas con harina de rocas, cabeza de camarón y carbón, reposadas de tres a seis meses. Esto da como resultado un fertilizante comparable a las algas marinas, incluso en zonas lejos del mar. “Las plantas lo agradecen”, asegura.

Para cubrir los requerimientos de micronutrientes como magnesio, manganeso o azufre, se usan extractos de brócoli, coliflor y rábano, los cuales también tienen propiedades antifúngicas. Además, se prepara la composta con excrementos animales –preferentemente de gallina ponedora–, pero también de caballo, vaca, conejo o borrego, dependiendo de la disponibilidad local. El proceso de compostaje puede durar desde 15 días hasta más de seis meses, según el propósito.

Esta metodología es fruto de diez años de investigación y aplicación en campo. Su creador, ingeniero en Comunicaciones y Electrónica egresado del Instituto Politécnico Nacional, relata que el proyecto nació en su hogar, en Tezontepec de Aldama. Aunque su formación no está ligada al agro, su experiencia en instrumentación y control lo llevó a aplicar principios de medición al trabajo agrícola.

“Me pasé dos años recabando información, y llevo siete aplicándola con resultados extraordinarios”, señala. El mayor impacto se ha observado en el Estado de México, especialmente en invernaderos que cultivan plantas de ornato con agua limpia. Allí, al no depender del agua residual, los abonos orgánicos mostraron todo su potencial.

Respecto al uso de agua negra en estos procesos, aclara que si bien tiene mala reputación, en realidad no es tóxica para el suelo ni para el operario. “Es más, si quieren una planta verde y frondosa, pónganle algas marinas; si quieren que saque muchos retoños, denle cerveza y yogur”, recomienda.

Actualmente, el reto está en escalar esta tecnología para incrementar la producción de cultivos básicos como el maíz y el frijol, cuya tierra ha sido explotada intensivamente durante décadas, y que ahora requiere un tratamiento especial para recuperar sus nutrientes.

José Isabel Ortiz Aguilar explicó que para duplicar la producción de maíz de 8, 10, 12 hasta 14 toneladas, es necesario “regresarle todo su poder a la tierra”, en especial los nutrientes específicos que el maíz requiere, pues los suelos han sido saqueados durante décadas. 

Señaló que por más de cien años se ha sembrado maíz de forma constante sin rotación de cultivos, lo cual agota el suelo. Por ello, recomendó seguir las prácticas sugeridas por expertos en agricultura, como la rotación de cultivos, para renutrir la tierra y controlar plagas.

¿Y el maíz transgénico?

Respecto al maíz transgénico, Ortiz Aguilar advirtió que debe tratarse con precaución, ya que “está pensado para comercializarse industrialmente”, priorizando la rentabilidad sobre el valor nutricional. 

Afirmó que las semillas transgénicas no se comparan con las nativas en cuanto a nutrientes, por lo que es fundamental defender las semillas autóctonas. Denunció también la dependencia económica que generan estas semillas: “año con año tengo que estar comprando a empresas”. Comparó que un costal de 60 mil semillas transgénicas cuesta entre 7 mil y 8 mil pesos, mientras que producir y preparar semillas nativas, incluso pagando jornal, no rebasa los 900 pesos.

Ortiz también criticó la falsa promesa de “semillas mejoradas”: “cuando me dijeron semillas mejoradas, pensé que solitas iban a funcionar, pero no es así”, ya que también se requiere adquirir paquetes de insumos adicionales para obtener resultados. En contraste, afirmó que sus semillas tradicionales “no se peinan, no se pintan, pero son todo terreno”. Por ello, enfatizó la importancia de crear bancos de semillas autóctonas: “no dependan de nadie”.

Los lodos sin tratamiento adecuado son focos de infección

Por otro lado, abordó el tema del tratamiento de lodos provenientes de plantas tratadoras de agua, destacando su potencial uso agrícola si se manejan correctamente. Aseguró que con el apoyo adecuado y aplicando microorganismos de montaña, estos residuos pueden convertirse en materia útil para el campo. “No son tóxicos para el productor”, afirmó. Sin embargo, advirtió que si se acumulan al sol sin tratamiento adecuado, pueden convertirse en focos de infección.

En cuanto a la calidad del agua tratada, expresó su confianza en los reportes de las plantas, los cuales aseguran que se eliminan metales pesados, aunque reconoció que parte de la materia sólida —como la “pajita”— sí se retira. Destacó que los nutrientes como el nitrógeno sintetizado permanecen en el agua y pueden ser aprovechados. 

Finalmente, afirmó que la regeneración del suelo se puede lograr con tres elementos clave: materia orgánica, minerales y microorganismos de montaña, que constituyen la base de su método de trabajo “sin alterar el medio ambiente”. *NI*

Por Nueva Imagen de Hidalgo

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