*BARTENDER.

Por José Antonio Trejo Rodríguez.

El Regino era un cuate a todo dar, platicador, cábula, bromista hasta de sí mismo y muy dado a farolear. Al igual que “el güero Margarito” aquel personaje de “Los de abajo” del gran Mariano Azuela, gustaba de presumir que había trabajado de todo y sin medida. Si el güero Margarito alardeaba de haber sido mesero en el Delmonico’s de Chihuahua, el Regino decía que también él, pero en un restorán de Los Ángeles durante una temporada que se fue de mojarra. “Me fui tres años, pero como si hubieran sido diez, gustaba de decir. 

“El patrón era un tipo grandote y desesperado. En una ocasión llegó mientras estábamos preparando los baldes de agua fresca y rugiendo como pantera ordenó que nos apuremos para servir a la clientela. Yo respondí que solo me faltaba agitar el agua después de añadir azúcar y el viejo se arremangó la camisa y dijo que así se hacía, metiendo el brazo que por cierto lo tenía muy velludo, para revolver el agua fresca.” Contaba Regino haciendo gestos de asco. 

Ya de regreso en México, trabajaba en una empresa en la que seguido llegaban clientes y buscaban ser atendidos. Los jefes de Regino se esmeraban en tratarlos bien, les invitaban algunas bebidas y bocadillos, tratando de convencerlos de cerrar los tratos. Siempre les salían bien los asuntos, incluso Regino les ayudaba en varias ocasiones en que el servicio de meseros les quedaba mal.

Uno de sus compañeros le invitó a su boda, de su pueblo llegaron amigos y familiares dispuestos a gozar de la fiesta que se había preparado con meses de anticipación. Todo estaba de ensueño: el salón, la decoración, la comida, el pastel, solo un detalle nublaba la pachanga: no había llegado el cantinero y los invitados estaban sedientos.

El novio pidió de favor a Regino que le ayudara, ya que él tenía mucha experiencia y que sin duda podría preparar los tragos. El otro no se hizo de rogar y presuroso se dirigió a la barra, encontrando botellas de tequila, güisqui, vodka, cerveza, ron, brandy, soda, agua mineral, naranja, limones, miguelito, chamoy, piñas y hasta unas botellas de refresco de naranja de la marca “carnavalito” que uno de los primos de la novia había llevado desde su pueblo en Hidalgo. 

El Regino comenzó a preparar tragos deliciosos, mezclas exóticas que todos apreciaron y vitoreando las excelsas cualidades del barman. La fiesta estaba en su apogeo, se comía con ímpetu, se bailaba a la menor provocación y se bebía como en fiesta vikinga. Pasada hora y media de la pachanga, como que las cosas estaban saliéndose del huacal, se había pasado de fiesta a bacanal: algunos invitados reían como idiotas tirados en la pista; otros lloraban babeando; algunos más discutían por un quítame estas pajas y el colmo llegó cuando la suegra del novio se torció el tobillo tratando de perseguir a su marido que andaba de coscolino con una de las invitadas. 

Nadie había reparado que el Regino, desconocedor que el carnavalito es una bebida que contiene alcohol, lo estaba usando como refresco y lo añadía al vodka generosamente servido, jarabe y rodajas de naranja. A todos les había gustado probarlo por su sabor dulzón, pero la bebida pegaba fuerte y al cabo de un par de tragos les había hecho perder la cabeza. 

“Amigo, amigo, ya no le ponga más vodka al carnavalito, no ve que ya trae alcohol” Le dijo arrastrando la lengua el primo al Regino quien, estupefacto se puso a leer la etiqueta para darse tardíamente cuenta de que era verdad. Sin querer había agregado otra anécdota a su larga cadena de vivencias. *NI*

Por Nueva Imagen de Hidalgo

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