*LEYENDAS DE MACUÁ.

 Por José Antonio Trejo Rodríguez. 

“Toñito, dame un vasito de pulque”, pidió aquella señora de aspecto intimidante y con fama de bruja al dueño y dependiente de la tienda ubicada en Santa María Macuá; el hombre ya no tenía más y así se lo hizo saber. La señora insistió en que le vendiese aunque fuera solo un vasito de los asientos del barril, a lo que el dueño se negó alegando que era lo que le permitiría fermentar el producto que vendería al siguiente día. Colérica, la vieja, le advirtió “Te vas a arrepentir: se te va a secar tu barril y algunas cosas más.” 

Al día siguiente, don Toño fue a raspar sus magueyes y al llegar a vaciar el aguamiel al barril se llevó una amarga sorpresa al verlo vacío. No solo él fue sorprendido, también su esposa que se hallaba criando a su niña más pequeña: al entrar a su habitación vio a los pies de la bebé que dormía, una cabra con ojos muy rojos; la señora trató de espantarla, pero no pudo articular palabra, ni moverse, mientras la chiva la miraba fijamente. En su desesperación por ver a su hija en peligro, comenzó a rezar mentalmente y solo así pudo lograr que la cabra desapareciera.

La pareja entendió que era la venganza que había anticipado aquella mujer con fama de bruja y a partir de ese momento le dispensaron buen trato; le apartaban su pulquito, incluso le convidaban un taco y nunca más volvieron a padecer su magia. Solo los chiquillos, precavidos, le daban la vuelta para no pasar ni estar cerca de ella, a lo que la vieja les decía: “No me tengan miedo”. Me comparte esta historia la familia y aquella pequeña asediada por la cabra, ocurrida hace más de medio siglo en Santa María Macuá. 

“En aquellos años salíamos los chiquillos en bola a las posadas; todo era tranquilidad en Macuá y podíamos andar hasta altas horas de la noche. Primos, vecinos, amigos, en fin. En una ocasión a eso de las once de la noche, regresábamos de una posada por el rumbo de atrás de la capilla, dirigiéndonos hacia el centro, cuando de repente uno de los niños dijo “miren, las brujas” señalando hacia el rumbo del camino hacia el capulín.” 

“Todavía no habían construido la presa de Xitejé de la Reforma, solo había una que otra casita y además sin luz eléctrica que habían introducido a principios de los años 70. Y efectivamente, vimos movilizar por el aire siete bolas de fuego, una tras otra que iban de un lado a otro con extrema velocidad. Nos quedamos pasmados y continuamos el regreso a nuestras casas para contar a nuestra familia el hallazgo y eso dio pauta a una nueva narración de uno de mis tíos”. 

“El tío vivía por el rumbo de lo que hoy es la entrada de Macuá y la desviación a Xitejé. Ya ves que enseguida hay una pequeña lomita. En esa época no había carretera y por allí cruzaba la brecha que nos llevaba hacia el puente del río de las piedras negras y seguía hacia Carranza, en donde tomábamos el tren. Bueno, pues resulta que mi tío tenía una hija recién nacida y por las noches se ponía muy inquieta, ya que todavía no la bautizaban.” 

“Su familia lo apuraba a llevarla a bautisterio porque, decían, la acosaba una bruja. Sucede que una noche, mi tía llamó alarmada a mi tío, que era muy buen tirador con su escopeta, ya que le gustaba salir de cacería; la razón de la alarma es que una bola de fuego se hallaba posada sobre un gran árbol ubicado en la pequeña lomita que te comenté. Mi tío enseguida echó mano de la escopeta y con un tiro certero derribó la bola de fuego. A la mañana siguiente fueron al pie de aquel árbol para ver qué hallaban y localizaron rastros de sangre que siguieron hasta una casa, preguntaron a las personas si alguien estaba herido y recibieron por respuesta que no, que tenían una persona difunta y que la iban a velar para después sepultarla. Nada más que el ataúd permaneció siempre cerrado, a nadie le permitieron ver el cadáver, como se acostumbra durante los velorios.”

“Tuve un compañero de trabajo que se estrenaba como papá y de inmediato lo felicité. En lugar de mostrar alegría, aquel hombre comenzó a llorar y en medio de su tristeza me confesó que era nagual, que dicha condición era hereditaria y temía que su hijo también lo fuera. Siguió relatando que, sin quererlo, se transformaba en animal, de lo cual no guardaba consciencia, solo los relatos que su familia cercana le hacía cuando volvía a su aspecto normal. Tampoco sabía lo que hacía estando transformado, pues no recordaba nada y se sentía muy mal con ello, pues él nunca querría hacerle mal a nadie. Por ello su gran temor de haber heredado su condición a su pequeño hijo.” 

Son leyendas de Santa María Macuá, contadas por oriundos de la bella comunidad tulense que alberga el templo virreinal con el nombre más bello que haya escuchado: “la natividad de María santísima.” Al visitarlo es menester comer un plato de la rica pancita que allí vende doña Betina y charlar con los vecinos para encontrar historias y leyendas que maravillan a quienes las escuchan. *NI*

Por Nueva Imagen de Hidalgo

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