*De la canción a la posmodernidad: ¿con quién se queda el perro?

Por Claudia Patricia Rodríguez Dorantes

Hablar de posmodernidad puede sonar complicado, pero en realidad se refiere a los cambios culturales, sociales y hasta legales que vivimos desde hace unas décadas. Si la modernidad apostaba por certezas, verdades universales e instituciones sólidas —como la ciencia, la escuela o la familia tradicional—, la posmodernidad cuestiona todo eso. Hoy no hay una sola manera de vivir ni una sola verdad que explique el mundo: convivimos con múltiples opiniones y perspectivas, y esa diversidad se considera válida. Lo que antes parecía fijo e incuestionable, ahora se adapta a las elecciones individuales y a los contextos.

La posmodernidad, que empezó a hacerse visible desde los años sesenta, marca un quiebre con la confianza de la modernidad en las certezas, las grandes ideologías y las instituciones clásicas. Hoy vivimos en un mundo atravesado por la globalización y la tecnología, pero también por el individualismo y el relativismo: el conocimiento ya no se concibe como una verdad absoluta, sino como un mosaico de interpretaciones. Esta pluralidad legítima nuevas formas de organización de la vida social: instituciones como el matrimonio, la escuela o incluso la política han perdido su carácter incuestionable y se transforman.

Un ejemplo claro es el de la familia: el modelo “papá, mamá e hijos” convive con parejas sin descendencia, hogares con un solo padre o madre o familias donde los perros y gatos ocupan un lugar central. En este contexto considero relevante la reciente aprobación en la Ciudad de México de la llamada “ley custodia y manutención de mascotas en divorcios”. 

La norma, impulsada por la diputada Luisa Ledesma Alpízar de Movimiento Ciudadano, adiciona la fracción VII al artículo 267 del Código Civil para el Distrito Federal y permite que, en los acuerdos de divorcio, se prevean custodia compartida, visitas, manutención, atención veterinaria y cuidados generales de los animales de compañía. En la exposición de motivos, la diputada señaló que los animales forman parte esencial de la vida cotidiana y que muchas nuevas generaciones, al no tener hijos, constituyen núcleos familiares junto a sus mascotas.

La llamada ley “¿Con quién se queda el perro?” no solo protege a los animales, sino que también responde a una realidad social donde los vínculos familiares incluyen a los seres sintientes que acompañan la vida de millones de hogares capitalinos. El derecho, en consecuencia, tiene que ajustarse a la vida actual, y este es un buen ejemplo de ello.

Ahora bien, también cabe una contra opinión: algunos críticos sostienen que ampliar tanto el concepto de familia puede diluir el valor de las instituciones que por siglos dieron cohesión social. Temen que, en la búsqueda de adaptarse a nuevas realidades, el derecho termine atendiendo demandas muy particulares, mientras que problemáticas estructurales -como la protección a la infancia, la violencia familiar o la desigualdad de género- queden relegadas.

Y ustedes, ¿qué opinan? Escríbanme a claurodriguezdor@gmail.com*NI*

Por Nueva Imagen de Hidalgo

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