*Apagar la prisa, encender la mirada: una noche entre luciérnagas.

Por Claudia Patricia Rodríguez Dorantes 

México es el segundo país del mundo con mayor diversidad de luciérnagas —solo por debajo de Brasil—. En su territorio se han registrado más de 200 especies, muchas de ellas endémicas y adaptadas a condiciones ambientales muy específicas. Una de ellas, que habita en los bosques templados de la zona centro del país, es conocida por su sincronía luminosa y su delicado hábitat.

Hace unos días visité un santuario natural donde pueden observarse. No sé exactamente dónde está ubicado: el punto de partida fue cerca del Nevado de Toluca, a un par de horas de la Ciudad de México, la falta de precisión de la ubicación, sospecho que no es casual. En lugares como Tlaxcala, el turismo masivo ha alterado severamente el entorno y dañado su hábitat. Mantener la reserva en discreción es una forma de cuidarla. 

La excursión fue de ida y vuelta el mismo día. Salimos después del mediodía y comenzamos a caminar hacia el santuario alrededor de las 6:30 de la tarde. Nuestros guías eran dos jóvenes: Emiliano con experiencia en senderismo y formación como paramédico, y Gean veterinaria, con un claro interés por los temas ambientales. Durante la caminata —que toma cerca de una hora para subir y otro tanto para regresar— nos explicaron algunos aspectos esenciales sobre las luciérnagas de la zona.

Aunque su clasificación científica corresponde al género Photinus, los guías nos explicaron que pertenecen al orden de los escarabajos, aunque pocas veces lo asociamos así. Requieren un ecosistema con temperatura templada, vegetación densa, humedad constante y oscuridad natural, sin contaminación lumínica. Su ciclo de vida es de aproximadamente un año, pero la etapa en que emiten luz dura apenas unas semanas y ocurre al final de su desarrollo, después de los ocho meses de vida. 

El brillo que emiten no es adorno: es una forma de comunicación biológica. A través de un proceso llamado bioluminiscencia —una reacción química que involucra luciferina, luciferasa, oxígeno y trifosfato de adenosina— los machos vuelan emitiendo destellos para atraer a las hembras. Estas, desde el suelo, responden con un patrón distinto. Si hay coincidencia en el ritmo de la luz, se produce el encuentro. 

Este fenómeno, sin embargo, está en riesgo. La pérdida de hábitat por urbanización, el turismo sin control y la exposición artificial a la luz están reduciendo aceleradamente sus poblaciones.  

Cuando llegamos al punto de observación ya estaba oscureciendo. Las instrucciones eran claras: quedarse en silencio, no hacer movimientos bruscos y apagar toda fuente de luz. Al poco tiempo, empezaron a aparecer. Se encendían y apagaban por todas partes. 

Lo que siguió fue una experiencia completa, no solo visual. El silencio nos permitió percibirlo todo: los destellos de las luciérnagas, la profundidad de la noche, el movimiento de los árboles, el aire corriendo, el rumor del río a lo lejos, el olor de la humedad. Primero, el cuerpo con el calor de la caminata; después, el frío que llegó al quedarnos quietos. Todo sin hablar, sin pantallas, sin distracciones.

No es algo que se pueda capturar en una fotografía. No porque sea mágico o inefable, sino porque requiere atención completa. Es una experiencia que exige presencia. 

Y sí, es impresionante. No solo por lo que se ve, sino por lo que se siente. Porque estar ahí —quietos, en silencio, rodeados de luz natural y sin intermediarios— nos recuerda que hay experiencias que valen por su sencillez. A veces, basta con apagarlo todo y estar presentes.

Escríbanme a claurodriguezdor@gmail.com

Por Nueva Imagen de Hidalgo

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