*El genio que soñó antes de que el mundo estuviera listo.

Por Claudia Patricia Rodríguez Dorantes

Este abril se cumplen 572 años del nacimiento de Leonardo da Vinci (15 de abril de 1452). Nació en Vinci, Italia, y su perfil sigue sorprendiendo por su amplitud: fue pintor, inventor, anatomista, arquitecto, ingeniero y músico. A más de cinco siglos de distancia, su obra se estudia en universidades, sus diseños se replican en laboratorios, y sus pinturas siguen generando teorías, visitas masivas y debates globales.

Además de sus famosas pinturas como La última cena y La Gioconda (Mona Lisa) – esta última considerada la obra más visitada y enigmática del mundo—, dejó más de 13 mil páginas de apuntes y bocetos que abarcan desde el funcionamiento del cuerpo humano hasta esquemas de máquinas imposibles para su época.

Entre sus inventos destacan:

Un helicóptero primitivo, basado en un tornillo aéreo.

• Un paracaídas de forma piramidal, que siglos después fue construido con éxito.

• Un traje de buzo para ataques navales sumergidos.

• Un vehículo autopropulsado, considerado antecesor del automóvil.

Estos diseños no pudieron construirse entonces por la falta de tecnología, pero hoy han sido reproducidos como prueba de su extraordinaria visión de futuro.

En cuanto a su religión, Leonardo fue bautizado como católico, pero mantuvo una relación particular con la espiritualidad. No dejó escritos religiosos convencionales, y su pensamiento parece guiado más por la observación de la naturaleza y el cuerpo humano que por los dogmas de su tiempo. Su estudio del cuerpo —mediante autopsias clandestinas- habría sido duramente condenado por la Iglesia, pero para él era una vía para comprender lo divino desde lo terrenal.

Tuvo contacto con las figuras más poderosas de su época: trabajó para Lorenzo de Médici, Ludovico Sforza (duque de Milán), el papa León X y el rey Francisco I de Francia, quien lo acogió en sus últimos años y, según la leyenda, estuvo presente al momento de su muerte en 1519, en Amboise.

La figura de Leonardo ha generado también numerosos mitos, alimentados tanto por su personalidad enigmática como por los vacíos históricos que rodean su vida. Entre ellos destacan:

1. La teoría de que pertenecía a una sociedad secreta, como el Priorato de Sion. Esta idea, ampliamente difundida en novelas de ficción como El código Da Vinci, sugiere que fue

guardián de un secreto milenario relacionado con la descendencia de Jesús y María

Magdalena. Aunque sin evidencia histórica, sus cuadernos con escritura especular y sus dibujos simbólicos han avivado la sospecha: ¿escribía al revés por hábito o por protección?

2. La idea de que codificaba mensajes ocultos en sus pinturas. Desde la aparente ausencia del cáliz en La última cena —que ha generado especulaciones sobre la figura junto a Jesús—, hasta los supuestos códigos en los ojos de La Mona Lisa, muchos creen que sus obras esconden significados cifrados. Su dominio del gesto, la luz y la ambigüedad contribuye a que su arte no se agote nunca en una sola lectura.

3. La hipótesis de que tuvo acceso a conocimientos imposibles para su época. Se ha dicho que algunos de sus diseños eran tan avanzados que no pudieron surgir solo de la observación. Hay quienes especulan que accedió a manuscritos perdidos de civilizaciones antiguas o incluso a saberes de origen desconocido. Lo cierto es que muchas de sus ideas no se materializaron sino hasta siglos después, lo que alimenta la idea de que Da Vinci no solo fue un genio, sino una anomalía en la línea del tiempo.

Hay figuras que sobrepasan los siglos. No solo por lo que hicieron, sino por lo que aún provocan. Leonardo da Vinci parece formar parte de una categoría aparte: la de los superhumanos, cuya vida no cabe del todo en las coordenadas de su tiempo.

Y, aun cuando han pasado más de 500 años desde su nacimiento, todavía tenemos la oportunidad de conocerlo. Sus códices, dibujos, modelos y obras están distribuidos en museos y bibliotecas de países como Italia, Francia, Reino Unido, Estados Unidos, Rusia, y Emiratos Árabes, lo que nos permite asomarnos —aunque sea por momentos— al misterio de su vida.

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Por Nueva Imagen de Hidalgo

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