*El país del sálvese quien pueda.
Por Iván Hernández Mendoza
Hay un fantasma repartiendo dolor en nuestro país. Desde Zacatecas, pasando por Tabasco, recorriendo Veracruz, paseando por Jalisco, Hidalgo, Tierra Caliente y el famoso Triángulo Dorado. Habitantes de todas las regiones de nuestro territorio lo sentimos, lo vemos y le tememos. Miramos cómo deja su rastro de dolor y destrucción, esparciendo pena y tragedias, todo mientras las cabezas de gobierno salen a las plazas municipales o a los edificios gubernamentales para presumir sus pocos logros y las promesas disfrazadas de trabajo ya hecho.
Pero ellos y ellas siguen envueltos en sus burbujas creadas por sus partidos, con personas obligadas a asistir, condicionadas a recibir unos cuantos pesos si aplauden lo más fuerte que puedan. Mientras tanto, fuera de esas realidades ficticias, existe un país que se desmorona, con una población cada vez más indiferente y temerosa, rezando para que el siguiente acto violento o corrupto no caiga sobre su existencia. Con rabia miramos a nuestros vecinos a quienes les tocó la desgracia, pero en el fondo agradecemos no haber sido nosotros. Eso es lo que la clase política sí construyó con éxito: una jungla de concreto, salvaje y despiadada, donde gobierna la ley del “sálvese quien pueda”.
Desde Noroña, escupiéndole en la cara a las personas que lo han seguido por años y contradiciendo los ideales que tanto defendió cuando era oposición. Si tuviéramos al Noroña de hace seis o siete años, estaría gritando injurias en el pleno a su versión retorcida y oficialista. O qué me dicen de los gobernadores estatales que intentan minimizar un asesinato con tecnicismos médicos: “No la mataron, le dio un paro cardiaco al estar rodeada de quién sabe cuántos canijos que la apuntaban con armas de fuego… pero no la mataron”.
O qué me dicen de Zacatecas, un reinado político familiar que, durante su informe de gobierno, mandó a un grupo de fuerza especial concebido para luchar contra el narco a golpear a un grupo de madres buscadoras a plena vista de todos. Y así podría seguir durante páginas enteras, porque ellos y ellas ya no se esconden ni planean artimañas a escondidas. En lugar de eso, usan el poder que el pueblo les otorga en su contra. Porque, no se confundan, ellos y ellas ya son el poder, ya no necesitan de su apoyo ni de su respaldo. El tiempo de los discursos y de la cercanía solo existe durante junio; ahora es tiempo de actuar en su propio beneficio.
Y así seguiremos, quién sabe durante cuánto tiempo, porque hoy hay un partido que controla el discurso, como cualquier otro. Que le aterran las preguntas incómodas y que, por lo visto con el caso de la red de huachicol descubierta hace un par de días —que involucra a jefes de Estado y líderes militares—, está dispuesto a hacer cualquier cosa para limpiar su nombre. Con suicidios sospechosamente bien calibrados y ocurridos en el momento preciso que los beneficia.
Hasta uno pensaría que la Rebelión en la Granja sí pasó, pero poco a poco los cerdos demostraron que no se trata de partidos o ideologías. Los cerdos pueden vestirse con cualquier disfraz. Estamos muy lejos de poder ver una verdadera transformación: lo que empezó como una alternativa y algo necesario terminó en el mismo chiquero.
Hoy celebramos las fiestas patrias y gritamos que viva la revolución, porque en el fondo eso es lo que quisiéramos ver: una revolución. Una que saque a los cerdos del granero, una que vele por la integridad de una ciudadanía sumida en la miseria y en la tristeza. Pero, mientras eso llega, tendremos que aguantar un poco más, soportando ser callados, soportando que nos mientan a la cara y que escupan su cinismo. Hay que soportar cómo nos obligan a mirar a otro lado mientras ellos y ellas se frotan las manos, llenando sus arcas.
Mientras pintan más reglas sobre la pared del granero en su propio beneficio, nosotros hay que gritar:
¡Viva México!
¡Viva México!
¡Viva México!
