*Presión que sirve, presión que no.
Por Iván Hernández Mendoza
Una semana turbulenta la que se vivió en nuestro municipio, aunque me gustaría resaltar dos casos similares, con desenlaces muy distintos.
Por un lado, madres y padres de familia se manifestaron con firmeza para exigir la permanencia de un miembro clave dentro de su institución. Cerraron el cruce de entrada al boulevard Tula-Iturbe y, pese a la presión de los automovilistas frustrados, no se movieron. No tuvieron intención alguna de ceder, y muchos conductores no tuvieron más opción que regresar por donde venían.
Mientras tanto, trabajadores de la empresa encargada del puente colgante que conecta la colonia 16 de Enero con el corredor turístico de la calle Quetzalcóatl también bloquearon una vía, aprovechando el cierre por reparaciones. Su exigencia: el pago pendiente por la obra. Pero esta presión fue menos sostenida. Tras un par de horas, fueron convencidos de retirar el bloqueo y buscar una solución “por otro medio”.
¿Por qué una exigencia logró una respuesta inmediata y la otra no? Algunos pensarían que cerrar una de las calles principales del centro aceleraría cualquier resolución. Pero no fue así. Si observamos con atención, notaremos al menos dos diferencias: la presión social ejercida y la voluntad de sostener la protesta.
La desobediencia civil, cuando se agotan las vías burocráticas —esas que tantas veces sirven de poco—, es una herramienta legítima. Cerrar calles, alzar la voz, incomodar: a veces es la única forma de que el poder nos mire.
Las madres y padres de familia se mantuvieron firmes más de 12 horas. Y les funcionó. En cambio, quienes exigían el pago de una obra cedieron pronto, aceptando regresar a la ruta institucional… esa misma que muchas veces es una trampa de tiempo, papeles y promesas.
Porque el poder es muy hábil resolviendo los problemas que no causó. ¿O acaso no? *NI*