El precio de cambiar para que todo siga igual
Por Iván Hernández Mendoza
Se logró.
Los resultados cuelgan fuera de todas las juntas distritales y locales, anunciando a las y los ganadores de una votación polémica. Las y los involucrados festejan por el buen desempeño, y la presidenta anuncia con gozo el —según sus propias palabras— rotundo éxito de este proceso electoral. Un proceso histórico, controversial, criticado y festejado. Todo al mismo tiempo.
Sin duda alguna, estamos hablando de un gran paso en materia electoral y de fortalecimiento de la democracia. Eso, sin duda.
Pero entonces, ¿por qué nos queda este sabor agrio en la boca?
Lo comenté antes en alguna entrada anterior y no tengo reparo en repetirlo: festejaré siempre y apoyaré nuevas formas que acerquen a la ciudadanía con las distintas cúpulas de poder político. Que les brinden un espacio y las obliguen a involucrarse: eso es de aplaudirse.
Medios internacionales como *La Base*, en España, exponían los berrinches de la derecha y sus pataleos ante esta jornada electoral. Como buen medio de izquierda, festejaban que México tomara esta decisión tan importante, defendiendo el proceso ante la presna que no paraban de llorar.
Pero, como todo en la vida, no todo es blanco o negro.
Trabajar dentro de la organización de estos comicios me brindó un panorama amplio sobre todo lo que conlleva incitar al voto a una población que está acostumbrada a recibir —casi, casi— sin preguntar. Los retos de acercar a una ciudadanía en su mayoría desinteresada por la política, o profundamente desilusionada de un poder tan polémico como lo es el poder judicial.
Y ahí, mis queridos lectores y lectoras, es donde radica el verdadero problema.
A veces perdemos de vista que la mayoría de nuestra sociedad está compuesta por una ciudadanía clientelar, producto de una dictadura perfecta instaurada por el viejo régimen: el famoso pan y circo. Para la izquierda renovadora y transformadora, fue más fácil mantener esas mecánicas, pues una transformación completa podría resultar contraproducente.
Se tuvo que negociar hasta afianzar el poder y mantener a las masas del lado correcto. Una vez asegurado el apoyo popular, fue momento de mover las piezas importantes. Es decir: quitarle las riendas de la justicia a un grupo cerrado que llevaba años secuestrándola.
Hasta ahí, todo perfecto. Por supuesto que queremos que los amañados y los incompetentes dejen de ocupar espacios que solo perjudican —o en el mejor de los casos, ignoran— a la ciudadanía. Eso de que la justicia es para unos cuantos, lo sabían hacer muy bien. Ya era hora de cambiarlo.
Y entonces, se vuelve realidad. La transformación llega. Todos aquellos que proclamábamos un cambio en la forma en que se imparte justicia en nuestro país, vitoreábamos. Estábamos ante una oportunidad única, aquella que nos permitiría experimentar —por primera vez en nuestra joven democracia— un sistema judicial renovado, limpio, escogido por el pueblo y para el pueblo… ¿verdad?
¿Pero qué fue lo que obtuvimos?
Reuniones entre candidatos para negociar los puestos mucho antes de que se llevarán a cabo las elecciones. Acordeones repartidos entre partidos que respetaban dichas negociaciones. Candidatos y candidatas con habilidades dudosas para impartir justicia, o peor aún, con perfiles llenos de antecedentes penales, investigaciones abiertas o incluso sentencias criminales.
Una sociedad que votó por quien su partido le dijo, con la esperanza de que algún día se lo recompensaran.
Y un instituto electoral incapaz de actuar ante esta situación, sin las herramientas ni el conocimiento para ofrecer una imparcialidad real.
Lo que parecía una esperanza se volvió un simple cambio de grupo en el poder.
Se botó a los débiles y se instauró a los más populares: los que prometen, los que juran que no son iguales, incluso si usan exactamente los mismos medios para llegar al poder.
Tal vez soy demasiado duro con un proceso electoral totalmente nuevo para nosotros y nosotras. Tal vez.
Pero lo único que quiero es una promesa de cambio cumplida.
Un panorama que esclarezca.
Y no las mismas cosas de siempre… pero con nuevas personas.Si el cambio aún no llega, al menos que no nos tomen por ingenuos. *NI*