*¿Y el milagro, para cuándo?
Por Iván Hernández
Tristemente, todos aquellos encabezados que hablan sobre nuestro municipio están repletos de violencia y crimen. Las últimas semanas han sido de las más violentas que se recuerden, entre detenciones, asesinatos y la presencia cada vez más evidente del crimen organizado en nuestra localidad.
Como habitantes de Tula no necesitamos que nos lo cuenten: lo vemos en nuestras calles, colonias y caminos. La presencia —ya no tan silenciosa— de “supuestos” criminales pertenecientes a cualquiera que sea su organización ya no pasa desapercibida.
Hay una tensión en el aire que todos y todas podemos percibir, y que se dispara en cuanto vemos pasar automóviles lujosos, con vidrios polarizados, sin placas, a altas velocidades, quemando llanta… como si quisieran que el mundo sepa que están ahí. Podemos verlos en cualquier sitio y a cualquier hora, sin importar si es una calle principal o un camino rural. Incluso se atreven a desfilar frente a las patrullas, que permanecen inertes ante su paso.
Esto último, francamente, no me sorprende. No espero mucho de un sistema de justicia que trata con guantes de seda a criminales de cuello blanco como el exalcalde de Tula, quien cumple una pena bastante laxa y, a mi parecer, en el mejor escenario posible. Por eso sé que las condiciones no están dadas para esperar que la policía atienda cada irregularidad o peligro en la zona.
Recuerdo que hace un par de años me topé con un oficial que atendía una emergencia: dos conductores ebrios ponían en riesgo la integridad de las personas. Cuando se le cuestionó por qué no había intervenido o iniciado la persecución, respondió, visiblemente molesto, con una frase que se me quedó grabada y que, tristemente, describe muy bien la situación de nuestras fuerzas del orden:
“¡Ni modo que ponga en riesgo mi vida!”
Estoy seguro de que todos y todas hemos experimentado la incapacidad de nuestras autoridades en distintas situaciones. Y en parte, los entiendo. Dejando de lado las respuestas absurdas o contradictorias que a veces dan, siguen siendo personas: personas que también luchan contra el sistema, y que a su vez son víctimas de un aparato judicial incapaz de lidiar con la realidad o que, cuando actúa, lo hace mal.
Pero eso no significa que los justifique. Si no están dispuestos a actuar conforme a la ley, o si solo lo hacen con quienes no pueden responder… entonces, sinceramente, no deberían ser policías.
Estamos ante una situación complicada, con actores principales coludidos, amenazados o francamente incapaces frente a un entorno de violencia creciente. Una muestra de ello fue todo el material incriminatorio que salió a la luz tras la detención del líder criminal conocido como “El H”: desde lo positivo, como la incautación y detención de más miembros de la banda, hasta lo negativo, como el aumento del crimen debido a la pelea de poder que desató su ausencia y la supuesta (algo evidente) relación con algunas autoridades.
Es muy del gobierno cortar cabezas… y no hacerse cargo de las consecuencias que deja en el lugar.
Y esto no parece que vaya a terminar pronto. Ni por la gente involucrada, ni por el ciclo natural de violencia que se genera cuando en un lugar hay tanta opacidad y omisión como en nuestra región.
Quisiera aferrarme a un panorama con una pizca de esperanza, vislumbrar un futuro con promesa de cambio. Pero, desafortunadamente, ese futuro parece no ser el que nos toca.
Y mientras tanto, seguimos aquí: aguantando, con la cabeza agachada, resignados, esperando que algún milagro haga de nuestra realidad algo distinto. *NI*